martes, 30 de noviembre de 2010

Wikileaks, el antes y después en el periodismo


ADMITIR la existencia de una tal clase de derechos supondría una verdadera contradicción en sus propios términos, puesto que el poder que implica todo derecho subjetivo es por esencia relativo, que no absoluto. Entiéndase bien, no es que el derecho nazca ilimitado y luego, en virtud de un acto posterior a su nacimiento, se limite; es algo más radical: el derecho nace ya relativo por su relación con otros derechos. Y la relatividad se genera por cuanto todo derecho tiene que convivir -coexistir- con otros. Cesa allí donde comienzan los derechos de otras personas, los que no deben ser perjudicados por consecuencia del ejercicio de aquel.
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La convivencia no es algo que se produzca automáticamente, implica presión y requiere esfuerzo, conllevancia. Como ha sido dicho con precisión y belleza, el verdadero problema de la convivencia estriba en que se nos diga en qué medida y en qué forma los otros forman parte de mi propia realidad y, recíprocamente, en qué medida yo formo parte de la realidad de los otros.
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No es tanto la alteridad sino la unidad de los otros conmigo..
Me atrevería a decir que en casi todas las sentencias del Tribunal Constitucional, éste se ve obligado a realizar, más que una limitación, una verdadera delimitación entre los derechos en liza, y ello, con base en una delicada ponderación de los intereses concurrentes. Aquende la delimitación es posible que acontezca la justicia; allende el abuso estará presente. Simple derivación de lo dicho es que, al ejercitar cualquier derecho, es preciso tener muy en cuenta las consecuencias imputables a dicho ejercicio.
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El País correspondiente al 29 de agosto pasado, bajo el título ¿Periodismo sin periodistas?, se ocupaba de la publicación de los “papeles de Afganistán” por Wikileaks, portal cuyo fundador niega que el mismo sea organización periodística, condición que, sin embargo, profesionales de prestigio le atribuyen, como John Pilger, corresponsal de guerra en Vietnam y Camboya, el cual está conforme, no obstante, con el periodismo que practica el citado portal, es decir, publicar noticias sin cumplir aquellos requisitos que exige la Ética Periodística..
Wikileaks publicó numerosos archivos secretos del Pentágono relacionados con el conflicto afgano sin límite alguno, mientras que The New York Times, The Guardian y Der Spiegel, durante cuatro semanas, contrastaron la información, y decidieron no publicar lo que consideraron más comprometedor, como los nombres de los colaboradores afganos y extremos que podían poner en peligro operaciones militares. Sea o no periodismo lo que hace Wikileaks, lo que nos interesa es saber si se pueden difundir noticias sin límite alguno, a pesar de que del ejercicio de este derecho pueden derivarse concretos perjuicios para concretas personas, como los afganos colaboradores.
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Wikileaks vuelve de nuevo al ataque publicando el viernes pasado, en su página web, los “papeles de Iraq”. El Grupo Joly publicaba ayer algunas reacciones ante la noticia: Hillary Clinton se escuda en que la información pone en peligro la vida de los soldados o civiles de EEUU; la ONU y Amnistía Internacional exigen al Gobierno norteamericano una investigación para aclarar si sus tropas han cometido abusos, torturas y asesinatos en Iraq; Obama calla..
Para tratar de resolver el problema podemos recurrir a la conocida distinción de Weber entre Ética de la convicción y Ética de la responsabilidad, la primera indiferente para las consecuencias derivadas del ejercicio del propio derecho, mientras que la segunda se considera concernida por tales consecuencias. A. Cortina matiza y habla de Ética de convicción responsable y Ética de la responsabilidad convencida. Ciertamente, no se trata de dos clases de Ética, sino de dos enfoques de la misma, ya que como advierte J. Muguerza, ambas, en su pureza, vendrían a constituir sendas aberraciones morales, pues tan aberrante sería inclinarse porque se haga justicia aunque se hunda el mundo, como admitir una injusticia con tal de que el mundo salga a flote y siga su marcha.
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En cualquier caso, la certidumbre del perjuicio para los colaboradores afganos y soldados y civiles norteamericanos se alza a modo de límite infranqueable para el legítimo derecho que asiste al emisor para informar. Y esto, a pesar de que se están confrontando un derecho público, como es el de informar, y un derecho privado, como es el de mantener la integridad física. En definitiva, es la persona en cuanto ser valioso en sí mismo, revestido de dignidad, no equivalente a ningún precio, la que se erige en verdadero límite al ejercicio de cualquier derecho, aunque ello conlleve la desaparición de algún que otro principio periodístico..


Chamuco
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